Los caminantes

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-¿Viste cuando el pecho aprieta?- dijo Camila con la voz resquebrajada.
Y yo, con mi cara de tonto quedé observándola ásperamente. Ella continuó - Mi vida se carcome sola desde hace un tiempo, creo que mi carne solo entiende de sufrimiento, de dolor y de sexo ¿Será que mis sentidos son sensibles a cualquier roce?-
Solo podía mirarla sin decir palabra, sentía que era yo mismo el que hablaba a través de su boca. ¿Cómo escupir el pus de sus heridas? Si de mi espíritu solo quedaban charcos de ése líquido amarillento y maloliente, infeccioso.
Camila continuó soliloquiando. Mi rostro acongojado ya no podía ni escucharla. Sí que amaba a aquella muchacha, pero, ¿Qué podía darle un infeliz como yo? Incansables veces imaginé los amoríos que ella debería tener, hombres de sonrisas rosadas u ocres, de miradas luminosas, pechos levantados, de caminar recio. Hombres que ciegos caminen por la sociedad feliz. Que disimulen sus miedos acallándolos con chascarros; que despreocupados anuncien el futuro de sus vidas, que hablen de casitas, de viajes, de arte, del sol y también de la luna. Hombres afortunados que follen con ellos mismos y que se entreguen al cóncavo placer que propone el tabú sexual que se enseña en la televisión.
-Siento que soy yo el dolor, y solo saliendo de mí, ya sea imaginando o bebiendo un poco, puedo caminar segura y no por la cornisa en la que paso mis días-
Pensaba para mis adentros lo lindo que sería abrazarla y decirle “la vida no es esto, querida, en la vida no debemos sufrir, solo hay que luchar, cantar y amar” o “estas equivocada Camila, vos tenés que ser feliz, el odio nada nos otorga”. Ni borracho podía decir esas cosas. Queriéndola como la quería no podía fingir. Yo no esperaba nada de ella. No tenía sentido alguno que yo quisiera convencerla de algo en lo que no creo. Si aunque sea llevarla a la cama fuese mi objetivo. Podría mentirle con mis pensamientos, y decirle dulzuras al oído, hablarle de niños sonrientes, de fiestas donde la pasaría bien, de otros mundos. Pero no, solamente soy yo, solo frente a ella.
Continuó Camila rasgándose la cabeza con palabras. Decía que su vida ya no tenía sorpresas, que hacía cosas que no quería, solo por el hecho de probar qué sensación nueva invadía su pecho. Casi sin movérseles los músculos del rostro, podía hablar de su propia muerte. Ni siquiera le ponía triste la ausencia de ella en el mundo. De hecho, yo esperaba que esto no resonara mucho en su cabeza, porque bastante sentido tiene la muerte si uno posa las botas en el pantano herrumbroso que dejó a su paso la triste humanidad.
Camila lo veía todo, pero su brillantez no dejaba realizar la digestión. Ella podía vomitar, aborrecer. Algo dentro de ella vivía aún. Pues vivo es el humano que se enoja cuando lo maltratan, ése es el humano valorable. Feliz el que vive, y en ello deposita sus fundamentos de alegría. Eso es fácil, cualquiera puede vivir justificando algo que no sabe cómo sucedió. Lo difícil es ser triste, y querer dejar de serlo. Y ahí estaba yo, mi pobre carne molida por mi consciencia.
Ella dijo, temblorosa su mirada, observando mis ojos;
- ¿No vas a decir nada? Yo te quiero y me importa tu opinión, me importa mucho.-
- Camila ¿Vos por qué cogés conmigo?-…

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This page contains a single entry by dío famélico published on 14 de Octubre 2013 1:32 PM.

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